miércoles, 13 de abril de 2011

Angel Hernández Romero un 13 de abril de 2011



POEMAS / La fuente / Poesía en el hospital / Punta de Tralca / ¡Por el amor de Dios!/ Sólo tú imagen

LA FUENTE
(coltón)

Vengo a escuchar
el diáfano murmullo de tu voz
me cuentas al oído
algunas cuitas
que parecieran inquietarte
mientras observo el agua
que se eleva en tus gargantas

      sobre el espejo acuoso
donde la lluvia golpea tu cristal
se están formando burbujas suicidas
en agonía permanente

      eres un pequeño volcán
que en vez de lava
arrojas ilusiones en el aire
que en vez de fuego
recorres tu habitat pulverizado
con la frescura de una brizna

      en las horas de sol
los niños se divierten a tu lado
y en el atardecer
vas formando en las sombras
la alegoría perfecta del amor

      porque no discriminas a la gente
porque esa imagen tuya
creada por el Hombre
a los ojos de todos la compartes
vengo a conversar contigo
en busca de la paz que necesito
para escalar los últimos senderos
para llorar a solas mi castigo
igual  que tú
creando mis propias burbujas
suicidas
en la lenta agonía
de mi propia fuente.



POESÍA EN EL HOSPITAL

Algo en común
parece unirnos
en este mínimo espacio
de la vida
se deshojan en versos
las palabras
y en tus ojos serenos
va aflorando el recuerdo
de los años vividos
Señora del traje blanco
yo nada sé de ti
ni antes ni ahora
sólo pondré una flor
entre tus manos
por abrazar el juego
de los versos
por caminar
unida en nuestra ruta
por tu sonrisa tierna
por tu alma
de la que llena está esta casa
de tus pasos cansados
repetidos hasta el fin
de tus noches
y tus días



PUNTA DE TRALCA

Caminé en silencio
toda la soledad
que apenas palpitaba
entre los roqueríos

      una que otra gaviota
me hacía señas
con sus pañuelos blancos
      débilmente alumbrada
por un sol enrojecido

      como rito angustiante
se sumegía esplendoroso
dejándonos a ti y a mí
enmudecidos

      sin poder decirnos nada
porque en ese silencio
y en esa soledad
no estabas tú
sino tu imagen

      y mi alma
se confunde y llora
porque ahora es la noche
la que está conmigo

      y te busco en ella
sin poder hallarte
porque estás extraviada
en este viaje

      y ya nunca sabré
dónde buscarte



¡POR EL AMOR DE DIOS!

¡Por el amor de Dios!
nos dice a todos al pasar
¡Por el amor de Dios!
y hace brincar
en su pequeño jarro
la moneda que habla
la moneda que canta
la moneda que gime
¡Por el amor de Dios!
y qué bellas se oyen
sus palabras
y qué dulce
parece ser su canto
pero que tristes nos dejan
sus gemidos
de golondrina enferma
perdida en el viento




SÓLO TU IMAGEN

Esperaré que el sol
alguna vez
alumbre mis tinieblas
Cerraré los ojos
en busca del milagro
pero el olvido se diluye
      Agotaré mis pasos
alejándome
sin embargo tu imagen
no ceja un instante
de seguirme
      ¡Cuanta distancia
debiera separar
nuestros destinos
cuanto abismo!
pero tu imagen
sigue aquí a mi lado
      Aferrada a mi cuerpo
flotamos en el aire
sobre una llama viva
que nos quema y nos hiere
      ¡Cómo decirte amor
que de amor estoy muriendo
si cuando abro los ojos
mis manos no te tocan
si detengo mis pasos
no estás ya en mi camino
cómo podré decírtelo
si es tan sólo tu imagen
lo que llevo contigo!

Cuento EL PRINCIPE GABRIEL


El politécnico de menores se encontraba de aniversario; en su escuela especial que atiende a eso jóvenes y adolescentes en situación irregular, se había organizado un acto de celebración, cuyo número de fondo quedó a cargo del curso de Gabriel, quién tomó la responsabilidad de actuar en el papel de príncipe en la obra de Oscar Wilde “El príncipe felíz”. Su virtud de captar amigos y su intensa trayectoria en el establecimiento, indujo a sus compañeros a proponerlo como el príncipe de la obra. Todo estaba preparado, desde el pedestal hasta su traje de seda, cubierto de joyas y otras fantasías. Se sucedieron los números preliminares, en el escenario, cerrado aún, había nerviosismo; se apagaron las luces del público que esperaba en silencio la representación de la afamada obra de Wilde. Lentamente el telón comenzó abrirse desde uno de sus costados, mosrando primero una curiosa fuente de agua en actividad, accionada desde el exterior por medio de mangueras ocultas a los ojos de los espectadores; ya en el centro, aparecía el pedestal y la imponente figura por todos esperada. Ahí estaba, en el centro del cuadro alegórico, un Gabriel convertido nada menos que en El Príncipe Felíz, aplaudido por su sola presencia; un Gabriel que en su rol de Príncipe, parecía no impresionarse por la acogida tan efusiva de su público; él, estaba ahí, de pie, inmóvil en su postura arrogante, con su mirada puesta en el vacío o quizá absorto en ese significativo rol de Príncipe Felíz. El, que no ha conocido en su escabrosa vida, lo que significa la palabra felicidad; él, que pasó su niñez en la calle y en el río, durmiendo debajo de los puentes, inhalando en las bolsas de neoprén, transformándose, día a día en un ente desquiciado; que nunca supo lo que para un niño significaba el beso de una madre…
Un sostenido silencio invadió el teatro; el príncipe permanecía inmóvil y los ojos de mirada profunda y distante en una humedad de lágrimas reprimidas estaban a punto de estallar. De pronto, una pequeña bailarina hacía su aparición, llenando el escenario con su baile, vestida de golondrina, mientras se oía en “of” un melodioso coro de voces en la canción “La golondrina”. La avecilla se posó al pie de la estatua con evidentes señas de un frío irresistible. El príncipe rompió el silencio y dirigiéndose a la pequeña, con voz segura y profunda, le habló así: “Golondrina, golondrinita, allá en la población donde nací hay muchos pobres, hay padres que regalan sus hijos porque no tienen con que alimentarlos; quiero pedirte que subas hasta mí, verás que estoy cubierto de joyas valiosas, arráncalas de mi traje y llévaselas; si fuera necesario, llévales mis ojos; también…Mi corazón”.
El telón cerró repentinamente; las luces de la platea se encendieron. Un desconcierto general se producía en el público y una ovación interminable, puso fin a esta accidentada pero magistral obra teatral.

Familia Hernández Romero


Sra.Aurora Romero de Hernández


Familia Hernández Romero, fotografía tomada el año 1940 por el destacado fotógrafo Angelino Gebauer.
En ella la madre dña, Aurora Romero junto a sus 9 hijos.
Jorge, Sergio, Armando, Oscar, Ángel, Baltazar Marta, Zoila y Javier (sin orden etáreo)

lunes, 28 de febrero de 2011

Cuento EL CIEGO DE LA CAPA NEGRA


(A la memoria de Julio Cortazar)

El ciego era muy aficionado al cine español y prefería sentarse en la primera fila de la platea. “Porque así puedo ver mejor”, decía con toda naturalidad.
Una noche, a poco de salir de la sala, un hombre en bicicleta estuvo a punto de atropellarlo, lo que al ciego le produjo una gran tensión con el ruido del frenado sobre el pavimento; de hecho, en ese momento se encontró al límite de su capacidad de desenvolverse sólo con la ayuda de su bastón blanco. Sin embargo, al parecer, él no captaba la significación que su arrojo le pudo ocasionar; mas se puso nuevamente en marcha, sin aceptar las sugerencias de quienes habían llegado a prestarle auxilio. Alguien de los curiosos le tomó una fotografía con una cámara que al accionar su percutor, produjo una explosión luminosa de tal intensidad que hasta el ciego pudo distinguir, mientras palpaba la esfera de su reloj y se disponía a cruzar nuevamente la calle, accionando de lado a lado su bastón, mientras con su mano libre se acomodaba sobre sus hombros su larga capa negra.

Cuento MANIFIESTO EN ESTADO VEGETAL


La ventana de mi cuarto está, como todas las tardes, recibiendo la luz del sol estival; muy pronto se habrá posado sobre la superficie del jarrón que adorna este cuarto, por cuyo ancho cuello se despliega un ramo de flores artificiales. La tierra, como planeta obediente, permite que estas flores, cada cual a su tiempo, reciban ese beso efímero llegado desde el cielo, intentando darle vida a cada uno de sus pétalos muertos; y veo en este único acto de amor florecer la vida en un instante; y cuando en ese paso fugaz el sol salta hasta la superficie suave de mi amigo jarrón, su reflejo da un brinco hasta bañar la intensidad de mis ojos, que se han quedado abiertos para siempre desde el accidente, les oigo decir a quienes están al cuidado de este cuerpo inerte. Y comprendo y saludo desde mi interior a ese rayo de luz que llega sigiloso hasta mi boca mustia, que recorre mi frente en su rutinario reflejo asomado a mis ojos, sin ser capaz de vencer sus párpados definitivamente abiertos. Comprendo y amo a este bello jarrón porque es quien en todo momento está al cuidado de mi cuerpo que respira artificialmente y que tal vez aún mantiene dentro de sí, atrapada, con una red de finísimos hilos, a mi alma que clama por encontrar la paz en el momento del latido final, llegando a convertirnos en un binomio inseparable; él es quien me comunica la presencia o ausencia de la luz en cada tarde cuando en su voluminosa superficie apenas puedo distinguir el débil y fugaz reflejo de la vida que ronda allá afuera.
No sé si este estado vegetal se parecerá a tantos otros que se difunden por el mundo; no sé si esto de darme cuenta del drama que me envuelve, de comprender mi futuro incierto, sujeto a una desconexión que ronda minuto a minuto mi destino, o si llegará ese momento de ser capaz de mover alguna de mis manos que me permitan conseguir por ellos este tan anhelado desenlace; si mi boca será capaz de musitar, aunque sea bajito las palabras: “HÁGANLO POR FAVOR”; no sé si alguna vez podré cerrar mis párpados para evidenciar que aún vivo, que jamás he dejado de existir…de existir…existir.

Cuento MARIA CINTILLO



¿Qué habrá sido de María Cintillo?
Ha pasado tanto tiempo de aquellos encuentros nocturnos que Tomás disfrutó con esa mujer misteriosa. Él viajaba a pie en diagonal por la plaza San Francisco con su fusil recostado en uno de sus hombros, hasta un edificio en construcción donde haría turno de custodia por toda la noche en un cuarto rústico que habían improvisado para ese efecto; adentro, una cama limpia esperaba siempre a uno de los diez militares destacados en esa misión.
Para Tomás era su primer turno; caminaba muy cerca, en igual dirección que lo hacía María Cintillo y no encontró nada mejor que esa misión fuera compartida con una pierna femenina; y qué mejor que las piernas de esa mujer generosa, ferviente admiradora de los jóvenes uniformados que solían frecuentar la plaza San Francisco.
Tomás entró en el cuarto con su arma de combate mientras la del cintillo lo esperaba afuera.  Cuidó de que el arma quedara oculta bajo la cama y salió a conseguirle el permiso a su eventual amiga en el restaurante donde ella trabajaba. Regresaron al cuarto cuando anochecía y ya en el interior, luego de un suculento café con malicia, ambos habían quedado preparados y resueltos a una imprevista noche de placer. María cintillo en pocos segundos ya estaba desvistiendo un cuerpo esbelto y ágil y desde el comienzo demostraba poseer un dominio absoluto en materia de relaciones sexuales y hacía que aquel joven militar viviera esa aventura en forma relajada y ansiosa al mismo tiempo.
El cintillo de María dejó de surcarle la cabeza; ahora su pelo bañaba abundantemente su rostro y sus robustos pechos que se cimbraban con la energía propia de la pasión. Su ventaja de mujer madura, hizo que el uniformado se sometiera a un verdadero curso de aprendizaje en cuanto al sexo compartido e ilimitado; se producía en los ojos de la mujer el brillo del gozo pleno que en continuos momentos se reflejaba en su boca estremecida por sus orgasmos de locura.
Un sueño profundo llenó por fin el pequeño espacio de la guardia. Pero ya amanecía, y pronto, se les vio caminando en diagonal por la Plaza san Francisco. Volvían ambos del “trabajo nocturno”, ella hacia su casa y él hacia el regimiento, con su fusil recostado en uno de sus hombros.