lunes, 28 de febrero de 2011

Cuento MARIA CINTILLO



¿Qué habrá sido de María Cintillo?
Ha pasado tanto tiempo de aquellos encuentros nocturnos que Tomás disfrutó con esa mujer misteriosa. Él viajaba a pie en diagonal por la plaza San Francisco con su fusil recostado en uno de sus hombros, hasta un edificio en construcción donde haría turno de custodia por toda la noche en un cuarto rústico que habían improvisado para ese efecto; adentro, una cama limpia esperaba siempre a uno de los diez militares destacados en esa misión.
Para Tomás era su primer turno; caminaba muy cerca, en igual dirección que lo hacía María Cintillo y no encontró nada mejor que esa misión fuera compartida con una pierna femenina; y qué mejor que las piernas de esa mujer generosa, ferviente admiradora de los jóvenes uniformados que solían frecuentar la plaza San Francisco.
Tomás entró en el cuarto con su arma de combate mientras la del cintillo lo esperaba afuera.  Cuidó de que el arma quedara oculta bajo la cama y salió a conseguirle el permiso a su eventual amiga en el restaurante donde ella trabajaba. Regresaron al cuarto cuando anochecía y ya en el interior, luego de un suculento café con malicia, ambos habían quedado preparados y resueltos a una imprevista noche de placer. María cintillo en pocos segundos ya estaba desvistiendo un cuerpo esbelto y ágil y desde el comienzo demostraba poseer un dominio absoluto en materia de relaciones sexuales y hacía que aquel joven militar viviera esa aventura en forma relajada y ansiosa al mismo tiempo.
El cintillo de María dejó de surcarle la cabeza; ahora su pelo bañaba abundantemente su rostro y sus robustos pechos que se cimbraban con la energía propia de la pasión. Su ventaja de mujer madura, hizo que el uniformado se sometiera a un verdadero curso de aprendizaje en cuanto al sexo compartido e ilimitado; se producía en los ojos de la mujer el brillo del gozo pleno que en continuos momentos se reflejaba en su boca estremecida por sus orgasmos de locura.
Un sueño profundo llenó por fin el pequeño espacio de la guardia. Pero ya amanecía, y pronto, se les vio caminando en diagonal por la Plaza san Francisco. Volvían ambos del “trabajo nocturno”, ella hacia su casa y él hacia el regimiento, con su fusil recostado en uno de sus hombros.

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