El ciclista hizo su entrada espectacular en el patio de la escuela, enclavada entre los cerros pre cordilleranos de
la Costa y frenó su bicicleta ante la formación de escolares que al cuidado del profesor Muñoz esperaban el arribo del nuevo director. El joven se quedó montado en su vehículo, apoyándose con un pie en el suelo regado y limpio; se mostró al grupo sin decir una sola palabra. Los pequeños cerruquitos le observaban con mucha inquietud y extrañeza, debido a que el joven se encontraba totalmente mojado y sucio; su vestimenta estaba con restos de barro y de hojas adheridas a su cuerpo que aún chorreaba agua; su pelo se le había revuelto, escurriendo también un líquido semi barroso por entre las hojas pegadas en su cabeza y en la gran mochila que portaba en su espalda. El señor se le aproximó con curiosidad mientras los estudiantes guardaban un inquietante silencio.
-¿Le puedo ayudar en algo, amigo?
-Sí; -extendiéndole su mano –que me presente a estos pequeños como su nuevo director; no se preocupe usted por mi aspecto, mañana luciré mucho mejor.
El joven ciclista dejó afirmada su bicicleta en uno de los postes del corredor de la casa-escuela y se sacó la mochila chorreando agua aún, agregándole al profesor:
-En esta mochila está mi orden de trabajo; -intentando abrirla.
_¡No; no hace falta, no la abra, Usted debería pasar a la casa antes que nada y ponerse ropa seca…Yo le puedo facilitar…
-¡No; le agradezco. Estos niños tienen mucha curiosidad; es justo que les salude y les cuente una historia muy interesante que acabo de vivir.
Acercándose al grupo, en el que predominaban los típicos delantales blancos, con alegre optimismo les habló:
-Soy vuestro director, les pido que me acepten como estoy.
En los estudiantes ha aflorado una cálida inquietud y optan por formar espontáneamente un semicírculo en torno a este joven desconocido que dice ser el director que con timidez esperaban.
-Les contaré mi historia, pero a mi manera y así nos conoceremos mejor.
Hay una euforia que crece entre os pequeños y a juzgar por la concentración que el ciclista experimenta ahora, les representará su percance como una obra teatral:
-Yo venía como loco pedaleando en mi bicicleta, subiendo y bajando desde la estación de ferrocarril, al otro lado del río; todo estaba muy bien, aparte del cansancio y del dolor de mis manos que se me empezaron a agarrotar debido a la aspereza del camino; hasta que un estero me cerró el paso; ¡allí, cerquita! Hay un vado en ese estero, pero bastante profundo. Y ahí estuvo el problema; ninguna bicicleta podría pasar ese vado. ¡Me sentí perdido! El palo, largísimo, que hay a un costado del camino, me invitaba a pasar por su corteza intacta.
Hay nerviosismo en los niños y mucha inquietud por lo que tendría que ocurrir; pero les falta saber lo que pasó realmente el estero. Ellos se miran unos a otros sus rostros expresivos y contagiosamente alterados, a la espera de la euforia que está contenida en el aire y que en cadena se está gestando; que avanza como por un despeñadero sin que nada la pueda frenar.
-Pensaba sobre la forma de pasar por ese vado, pero el agua parecía tener una gran profundidad; algún auxilio de alguien era casi imposible, porque nadie aparecía por ningún lado. Entonces, tomé mi decisión…
Levanta su mochila nuevamente y se la acomoda en su espalda; uno de los cordeles que las niñas usan para saltar, lo coloca en línea recta sobre el suelo y tomando la bicicleta con ambas manos da inicio a su actuación.
-Consideren que esto es muy arriesgado, porque esta mochila es pesada; consideren también el peso de la bicicleta; y pongan mucha atención; que ya tengo levantada por sobre mi cabeza a mi “chanchita” con mis dos manos, ¿la ven?
-¡¡¡Sííí!!!
-Por lo tanto, no podré usar el pasamanos del puente…
La expectación se encuentra en su punto álgido y ya hay reacciones de nerviosismo; se experimentan increíbles cambios de semblantes y no falta la pequeña que muestra signos de aflicción. El joven está con su vehículo levantado, de pie, en un extremo de la soga y se propone dar inicio a su travesía. Con dramatismo, les dice:
-Estoy concentrándome; tengo mi vista fija en punto de equilibrio, al otro lado del canal; este será mi punto de equilibrio. Yo necesito ahora de ustedes; quiero que nadie se mueva; no deben hablar ni reírse; sería muy peligroso perder el equilibrio. Así, así está bien. De ustedes dependerá que pueda lograrlo…Voy avanzando con mucha precaución…,sólo que mi bicicleta es realmente incómoda para cargarla por sobre mi cabeza…Se me están cansando mis manos y a causa de la gran tensión de todo mi cuerpo, mis piernas me empiezan a temblar…Ahora mi mochila se me está enredando en mi pelo y el manubrio que tiende a girarse me está adormeciendo el cuello, porque en cada paso que avanzo sobre el árbol muerto, me lo aplasta sin compasión. Esto es muy complicado…Parece que no existiré; y me queda aún por lo menos un par de metros de martirio.
Es patético el cuadro del grupo; ellos se han mantenido inmóviles, en el más completo silencio; sus rostros han palidecido; algo les sucede en sus pómulos que han perdido su brillo tan candente del comienzo. Un húmedo y afiebrado ramillete de ojos le observan fijamente y sus cuerpos, incontrolados, movidos por una magia que se irradia en el aire, ejecutan unos leves movimientos como ayudándole a la distancia. Algunas manos se agitan en el silencio como tratando de expresar un deseo inmenso de evitar la caída inminente; mas, totalmente rendido, continua el ciclista con su actuación.
-Ya estaba convenciéndome de que con un esfuerzo más lograría cruzar; ¡me faltaba tan poco! Estaba sintiendo un enorme orgullo de superar una prueba tan difícil. Pero mi mala suerte llegó cuando menos lo esperaba.
Mi vista se había mantenido fiel a un punto de equilibrio, hasta que la ambición se presentó justo cuando, con enorme asombro, descubrí sobre la arena y bajo el agua de la orilla del vado una mancha dorada de miles de partículas de oro que brillaban relucientes con el sol intenso…Y ahí fue cuando me derrumbé: Mi cuerpo se dobló como cuando se va al suelo un edificio que han dinamitado en su base; cedieron mis piernas y mis manos abandonaron su misión de soportes. Recuerdo que en el brevísimo trecho hacia el desplomadero oí claramente la voz de mi amada bicicleta que me increpaba duramente porque no supe reconocer el oropel; mientras al lecho del canal íbamos a dar juntos en un abrazo fraterno.
Un silencio conmovedor coronó el final de su actuación; sus ojos puestos siempre en el milagroso punto de equilibrio, no captaron a tiempo lo que estaba sucediendo en su público infantil que en pocos minutos o segundos habían transformado su estado anímico desde el esperado jolgorio propuesto, hacia un desenlace que sorprendió a los más pequeños choqueados por la emoción.
El director acababa de reconocer el alma de los alumnos que tendría a su cuidado; con notoria aflicción se le acercaron para tocarlo; unas pocas se le aproximaban para limpiarle su vestimenta de hojas y de barro que aún perduraban; sus ojos, que recién estaban recuperando una felicidad que afloraba desde adentro, humedecidos y afiebrados, le fueron dando la bienvenida al ciclista y a su bicicleta.