lunes, 28 de febrero de 2011

Cuento EL PENSIONISTA



-¡Qué raro, no puedo entender esto; aquí me falta dinero…!
El anciano profesor examina una y otra vez su billetera, la que ha portado en el bolsillo trasero de su pantalón. El mes pasado, luego de despertar en la mañana que sucedió el pago de su pensión mensual y de haber hecho sus pagos rutinarios, sospechó que le faltaban unos billetes. En esa ocasión, lo puso en duda, reconociendo el deterioro de su memoria. Pero, ahora es distinto; recuerda muy bien el dinero que tenía anoche al acostarse; no sabe en quién podría sospechar, no se le ocurre…Lo cierto es que existen unas manos mágicas que están ingresando a su billetera.
-“Tendré que ser más cuidadoso;” –reflexiona-“ ¡pero esto es muy extraño! Tendría que ocurrir por las noches, cuando duermo…Estoy completamente seguro de que aquí me faltan dos billetes azules; algo similar al mes anterior.”
Va a desayunar, preocupado. Ya están sentados a la mesa los otros dos pensionistas; son estudiantes universitarios a quienes la dueña de la pensión atiende finamente, tratando de agradar.
-“Todo lo que observo es muy desconcertante” –piensa el profesor, mientras se sirve su tasa de té con leche; -“estas son personas impecables, honestas, de las que no se podría dudar en absoluto. En fin, tendré que ser más cuidadoso; haré lo que me aconseja Dyer en “Tus zonas erróneas”. No perderé el tiempo lamentándome por lo que pasó ayer ni por lo que podría pasar mañana; me preocuparé de actuar sereno y desde ahora mismo”.
Tratando de demostrar notable resignación, el jubilado parte a su caminata habitual de las mañanas; prepara su mente para olvidar y su cuerpo para oxigenarse. Cuando se aproxima la hora del almuerzo, encamina sus pasos cansados hacia la pensión; al llegar recorre con su mirada los muros decorados con abundante imágenes de santos, casi todos ellos con luces de neón en sus bases. Al pasar frente a la puerta entreabierta del dormitorio matrimonial, no puede menos que sorprenderse ante un espectáculo visual de proporciones:  A las velas y luces de neón, se agrega aquí una imagen de Jesús crucificado a un costado de la cama de dos plazas que pareciera predecir este cuadro alegórico de santidad, que se ofreciera como garantía ética y moral a la mirada furtiva de los pensionistas.
El almuerzo se desarrolla con normalidad, el jubilado ha tomado ubicación estratégica para indagar en el alma de los otros comensales; quizá logre reconocer en alguno de ellos un indicio que por lo menos le permitan dudar. El, en su larga vida ha podido comprobar que la cleptomanía también puede darse en el ámbito universitario.
El jefe de hogar ha regresado de su misa diaria y con solemnidad toma ubicación en torno a la mesa, quedando al frente del profesor; éste, lo observará acuciosamente, desaprobando de partida su manera grosera de comer y el trato altanero hacia su mujer que con humildad almuerza a su lado, atenta a servir y agradar. El hombre, casi sin hablar, trata de impresionar con su corpulencia y sus rasgos de dureza que rodean sus ojos huraños; y engulle todo cuanto se lleva a la boca. De cuando en cuando alcanza un matamosca que acostumbra tener próximo a él, descargándolo con suma potencia sobre algún ingenuo y desgraciado insecto, sin importarle donde está posado.
-“¡Este tipo es un bruto y un mal educado!” –piensa sorprendido nuestro pensionista con manifiesto desagrado, al ver que se abalanza sobre una escuálida mosca que se acaba de posar delante del plato de su señora, con tal mala suerte para ésta que la palmeta da justo en la punta del tenedor, el que volando por el aire va a darle en pleno rostro antes de terminar dentro de su plato, salpicando en todas direcciones.
La confusión se mantiene hasta el término del almuerzo; bien impresionado de sus colegas pensionistas; bondades la mujer; crueldad en el hombre; pero, su excesiva  religiosidad le eximía de toda sospecha.
Llega la noche nuevamente; el jubilado está confundido ante su máquina de escribir, no tiene tranquilidad, olvidándose a ratos de las teorías del siquiatra Dyer; piensa en su enigmático problema y se dispone a crear una estrategia que lo conduzca hacia la detección del misterioso ladronzuelo. Cuanta uno a uno los billetes de su billetera; en su agenda anota: 4 (cuarenta mil); coloca su pantalón tras la puerta y se dispone a dormir.
Al despertar por la mañana todo está en orden; cuelga nuevamente su pantalón y se marcha a la ducha; no ve a nadie en la pensión, sólo se oye el zumbido de una máquina aspiradora que procede desde el “santuario”; confiado, inicia el baño, silenciándose muy luego ese monótono zumbido.
“Pobre señora”, piensa el pensionista;” hace todo el trabajo de la casa, mientras el hombre de las moscas se dedica tan sólo a rezar en las iglesias…”
Después de la caminata matinal, disfruta del descanso que le ofrece la acogedora plaza de armas de la ciudad de la sustancia; y aquí, recuerda con emoción aquellas imágenes de antaño que bullían en este lugar en las alegres fiestas primaverales.
Es ya el medio día; antes de regresar pasará a la farmacia por los medicamentos que hasta ahora le han prolongado la vida. Ha llegado el momento de pagar; está nervioso, sin saber por qué; sin embargo, sonriente, introduce sus dedos algo torpes en su billetera y observa el capital que le queda para el resto de mes…” ¡Dos…Sólo dos…!
Busca muy inquieto; no encuentra nada más y un hondo pesar se apodera del anciano profesor. Su rostro se desfigura de angustia y de impotencia; sus ojos brillan emocionados, con una visión que empieza a desvanecerse en el espacio; sus labios incontrolados no logran pronunciar palabra y un fuerte dolor a la columna que se irradia hacia a los costados de su espalda, le hacen encorvar su cuerpo atormentado, a punto de que sus débiles piernas abandonen su misión de sostenerlo. En sus manos inanimadas, los dos billetes están como deslizándose por entre unos dedos mustios y adormecidos. Es auxiliado; y, luego de un esfuerzo supremo por controlar su desventurada situación, se lo propone firmemente: “No buscaré más culpables. Ahora, me marcharé a encontrar una nueva pensión, donde no existan cuadros alegóricos ni santos con luces de neón”.

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