- ¡No te preocupes; el diablo no va conmigo, hombre!
- ¡Bueno…, cosa suya!
- ¡ Preocúpate sí de que coman todos los perros y acuéstate no más, yo desencillo cuando vuelva!
- ¡Que no se le haga tarde pué ‘On Porfia’o!
El ‘On Porfia’o brotó de los labios del trabajador como un severo correctivo, lo que produce en su patrón un agradable bienestar.
Don Armando y su Alazana se han alejado ya de las pueblas de “La Ermita ” y los ladridos que les saludaban al pasar se fueron extinguiendo, como la luz. Una sobrecogedora soledad, deja ahora apenas insinuantes las siluetas enhiestas de las alamedas; de los frondosos castaños centenarios; y de los cansados sauces que, arqueándose en lo alto, descuelgan dolientes sus largas cabelleras hasta besar la tierra.
Con la noche llega también la fragancia que emana de las sementeras; algunos queltehues melancólicos, llenan con su canto la altura negriazúl y misteriosa, como un lamento persistente; y luego, un silencio profundo va adormeciendo toda palpitación de vida albergada en árboles y pastizales. La oscuridad, se apodera de todos los espacios.
En “La Ermita ”, Miguel se apresta a darle de comer a los perros, cerciorándose de que no falte ninguno; toma una vieja cacerola y les increpa con energía:
- ¡Ya, tomen; coman, diantres; y na’ de ponerse a peliar, ni estar saliendo pa’ juera ‘e las casas! –Esto último, dirigido a Chiflón un galgo rojizo- lagarteado, que le mira con signos de culpabilidad, mientras media docena de variadas razas engullen unos porotos con locros hasta hartarse…
A esa hora, el patrón se encuentra ya sorteando las dificultades de la profunda y exuberante hondonada, un poco temeroso por la insistencia de su fiel colaborador, al asegurarle que es aquí donde en las noches oscuras el diablo se le aparece a jinetes que ha sorprendido descuidados. Tanto afirma la yegua con las riendas, como le entrega la libertad que necesita para esquivar los abundantes baches existentes; palmotea con cariño su cuello sudoroso, se acomoda la manta y poniendo en alerta todos sus sentidos, sólo puede escuchar la música de sus espuelas de plata y ver las minúsculas luces que algunas luciérnagas encienden diseminadas en la oscuridad. Sudorosa, la Alzana ha superado ya este tramo siniestro de la ruta y con maestría va empinándose hasta tomar, con paso firme, el camino que les conducirá a “Los Tilos”, fundo donde está la casa de Leonor, rodeada de bellas hortensias azules, alumbradas por dos faroles, donde ella ya está sintiendo la distancia, la presencia de su amor en la suave brisa, por donde viaja como un sueño la melodía de plata. Los dos enamorados, disfrutan de una grata cena de aniversario, el segundo desde que se entregaran, sin límite, a una hermosa relación de amor. Ahora, nada ha cambiado y todas las circunstancias se han dado para que en la alcoba de Leonor puedan ellos revivir con la misma intensidad, esa pasión inolvidable. El joven administrador, responsable de importantes faenas del verano, deberá estar en “La Ermita ” al amanecer; se despide en silencio y emprende el regreso, sin hacer el menor ruido; antes de dejar la alcoba, observa dichoso la hermosura de ese rostro inolvidable.
Como se lo advirtió Miguel, afuera todo es oscuridad; la luna no está y tendrá que acudir al instinto y pericia de su Alazana. Algunos ladridos le brindan el adiós desde las dormidas pueblas campesinas, cuando la marcha es resuelta y animosa. El túnel de tilos, que es el que le da el nombre a este fundo, es recorrido casi sin advertirlo, sólo que en la bestia se deja sentir una inquietud como si se sintiera perseguida. En un galope sostenido, no demora mucho en arribar a la quebrada; la sensación del descenso, ha llegado envuelta en una fría niebla, que satura el lúgubre ambienta, el que se hace más intenso y más siniestro en el tramo más profundo, donde las aguas estancadas son eternas. Piensa en su mozo con gratitud; ese trato de “’On Porfia’o”, le hace esbozar en su rostro humedecido una admirable sonrisa de aprecio hacia el fiel trabajador, con quien, desde niños, compartieron tantos juegos y afanes estivales…
De pronto, sus cavilaciones se interrumpen al tiempo que la bestia, instintivamente, acusa la presencia de algo que se mueve a un costado del camino y un leve chasquido de ramas orilleras quiebran el aliento del jinete; se inmoviliza su pensamiento, su corazón es un enorme fuelle enloquecido; quiere afirmar con denodado esfuerzo al animal encabritado, sus piernas le flaquean y sus ojos desorbitados, rastrean anhelantes y perplejos, aquella visión generada en los ojos de Miguel. La yegua insiste en advertir la presencia de algo indefinido, que avanza y que cambia una y otra vez de dirección y que su jinete no logra distinguir. Acá en el bajo, en esta oscuridad tan prominente, todo se confunde, la ruta es lenta e insegura; pero “’On Porfia’o”, tendrá que sobreponerse como sea a este trance: Crea con el animal una sola y resuelta decisión de escapar y dos espolonadas simultáneas hacen estremecerse a la Alazana ; su elástico cuerpo se anuda violento en fuerte contracción, para lanzarse en escapada febril y desbocada…Don Armando no entiende como, en esas condiciones logra alcanzar lo alto del camino; ’On Porfia’o ‘On Porfia’o, repite para si con desconcierto, sin comprender lo que le está sucediendo; apura el paso a la bestia y al volver los ojos, descubre que ese bulto endemoniado no deja un instante de seguirlo….
El “La Ermita ”, el fiel Miguel se incorpora somnoliento de la larga espera; no se ha acostado, como siempre le ocurre; en la cocina, junto al fogón que aún mantiene su tibieza, ha dormido sólo a escasos intervalos. Afuera, los perros están inquietos; el hombre abre la puerta y pone oído atento a la distancia, de donde empieza a llegar, con clara nitidez, el frenético correr de un animal. La conducta moderada de los perros, le confirman el regreso del patrón; se pone el sombrero, echa a mano sin demora su linterna y sale al encuentro, temeroso, porque eso de correr con tanta prisa no es propio de él: acude abrirle las puertas lo más rápido que puede. En ese instante, la yegua está sacando fuego de la tierra pedregosa con sus patas trasera, al ser sobrefrenada violentamente por su jinete, el que repite: “¡El diablo, el diablo, Miguel; el diablo, hombre, ahí, alúmbralo; me ha seguido todo el tiempo ese carajo…!
La luz de la linterna da de lleno sobre la Alazana ; está cubierta de sudor y muy inquieta, moviéndose constantemente, alerta a lo que se le ordene. La linterna busca ahora el rostro del patrón; está desfigurado, sus ojos son dos brasas refulgentes, sus mejillas han adelantado la palidez del alba que está por llegar y su boca entreabierta sigue repitiendo: ¡Me han seguido odo el tiempo, te lo juro…! Alúmbralo…Alúmbralo, ba’ulaque!.
El haz luminoso se clava por fin sobre el bulto, el que ahora se mueve; sudoroso y asustado, está refugiándose junto a las patas de la bestia; es de color rojizo-lagarteado…
- ¡Chiflón…! –grita Miguel, entre confuso y asustado.
- ¡¡Es el Chiflón, patrón; aguaite’l animal porfia’o ‘ñor…!
La serenidad llega a “La Ermita con la transparencia renovada del amanecer; de la frondosidad que lentamente renace, que apenas empieza a columbrarse, con altivas siluetas enlazadas, surge rumorosa una sublime orquestación del alba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario