Disparos de fusiles o de carabinas nos pusieron en alerta y decidimos correr hacia el gabinete de la Directora , con el propósito de darle protección, ya que su oficina, con sus ventanas al exterior, era una de las más vulnerables del cuarto piso. Agazapados bajo los cristales, en hilera tratábamos de indagar lo que estaba sucediendo en la desierta Alameda Bernardo O`Higgins, sin entender cuál podría ser el blanco del ataque que sostenían unos pequeños piquetes de soldados, apostados como racimos en la esquina que teníamos al frente. Lo preocupante era que sus armas estaban dirigidas a la planta baja de nuestro propio edificio, sin que pudiéramos imaginar siquiera, contra quienes se disparaba; ellos maniobraban protegiéndose de un fuego encontrado, que podría hallarse en las amplias puertas del ministerio, ya que su largo hall se conecta con la calle Valentín Letelier con uno de los costados de la Moneda.
Nuestra sorpresa fue mayor cuando desde ese cuarto piso, con mucho asombro descubrimos, a riesgo de ser alcanzados por las balas, que en la plaza Bulnes, un destacamento de varios tanques, mantenía rodeada la casa de Gobierno con sus cañones apuntando diferentes blancos. De la incertidumbre pasamos a una alarma general; no nos cabía duda alguna de que se trataba de una acción golpista destinada a destituír al Presidente Allende.
No nos dimos cuenta de dónde apareció; sólo lo descubrimos cuando caminaba con arrogancia por el bandejón central hacia la plaza; era el General Prat que avanzaba con su sable desenvainado, seguido a unos cuantos pasos y en similar actitud por un oficial escolta; sus pasos eran firmes y resueltos.
Los tanques ejecutaban pequeños deslizamientos, como si se quisiera demostrar energía resolutiva. Para nosotros, que con dificultad manteníamos la incómoda posición de agazapados, nuestra expectación crecía cuando la vigorosa estampa del general, ya en plena plaza Bulnes, se aproximaba al primero de los tanques que fue encontrando en su camino. La máquina de guerra hizo algunos intentos de girar y se detuvo, al mismo tiempo que se elevaba la tapa de su escotilla. Un militar surgió desde su agujero, lanzándose a tierra en ágiles movimientos, hasta que, cuadrado como estaca, esperó la orden del superior, nada menos que del propio Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Chile.
Los de la oficina nos quedamos mudos de asombro por lo que acabábamos de ver, era como sentirnos dueños de la historia, en ese invierno del 73.
Uno a uno fueron reducidos los tanques y enviados a estacionarse frente a los edificios de la Caja de Empleados Públicos y del Ministerio de Educación, vale decir: bajo nuestros ventanales.
Uno solo era el tanque que faltaba reducir; la operación la continuaba ejerciendo el general con su oficial ayudante; pero lo que ocurrió aquí fue diferente: Prat se detuvo ante él, sin que del tanque apareciera alguien y en breves segundos giró con rapidez, emprendiendo una espectacular huida hacia el oriente. El oficial ayudante trató de intercederlo en su desacato y trepó por la maquina, lanzándose luego, en condiciones muy riesgosas, disparando su revolver desde el suelo en dirección del fugitivo.
Alguien nos notificó que debíamos abandonar las dependencias del ministerio; y dentro de poco, nos encontrábamos en el subterráneo de la Caja de Empleados, juntos con su personal. En ese lugar permanecimos algunas horas de mucha incertidumbre, hasta que llegó la noticia por todos deseada: Ya podíamos retirarnos, pero bajo estrictas medidas de seguridad, como manos en alto, en orden y en pequeños grupos de personas. En la avenida despoblada se respiraba un aire tenso; pequeños piquetes de militares aún se desplazaban con sus armas en ristre. Una inquietante amenaza se dibujaba en el horizonte de la Patria.
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